La naturaleza tiene duende; claro que no sólo uno, tantos que no alcanzamos a contarlos ni con los dedos ni con la calculadora eficiencia de una mente que se ocupa en etiquetar todo lo que le rodea.
La naturaleza, madre y cuna de nuestra existencia, es generosa, pródiga, cuidadosa y dadivosa. En su sencillez acoge la más rica variedad de formas que nos regalan su energía, su color, la fuerza interior de su geometríá sagrada y viva. Tal sutileza encanta los sentidos.
Sin forzar, los ojos pueden ver que el duende, arrobado, se sienta en la orquidea y que nuestra mente, al percibir la complicidad de una flor con nuestra facultad de imaginar, se relaja dando paso a una eufórica sensación de bienestar.
El arte de vivir, como es natural, también tiene duende. Abrazos de bosque y flores
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